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El Parc Güell

La construcció del que avui dia, i des de 1922, és coneguda amb el nom de Parc Güell (lloc que fa recordar el seu llibre a l’escriptor quan hi passeja) , obra del famós arquitecte Antoni Gaudí, fou idea del seu propietari: Eusebi Güell i Bacigalupi. La seva idea era construir una urbanització de ciutat-jardí. Aquesta organització fou organitzada per Gaudí en 60 parcel•les amb un espai dedicat a zona verda.


Entre el 1900 i el 1904 es van construir les tres creus amb les expectatives de futur de construir-hi allà una ermita. El procés però, no es va iniciar a causa del fracàs d’aquesta petita urbanització. De les seixanta parcel•les només se’n van vendre tres i una havia estat comprada pel mateix arquitecte, Gaudí.


Així, un cop el propietari de la urbanització fracassada va morir, el seus descendents van acordar amb l’Ajuntament l’any 1922 la venta de tot.  Va ser així com va néixer el Parc Güell. Les úniques dues torres que es van construir en dues de les parcel•les comprades es conserven i la casa on va residir Gaudí al llarg de vint anys ara és un museu.







Comparatives

Vista general del Parc Güell entre el 1914 i el 1920. Font: www.arxiufotografic.bcn.cat

Vista general del Parc Güell el juliol del 2012. Font: Pròpia

Comparar el Parc Güell no és una tasca gaire difícil ja que es conserva pràcticament igual des de que es va construir. En aquesta fotografia, per exemple veiem que han canviat tres coses fonamentalment: La vegetació, la pavimentació i les edificacions que surten en tercer pla a la fotografia actual i que no apareixen en l’antiga, fet que ens indica que hi ha hagut un creixement de la població en els últims anys.


Tot i els canvis que es poden trobar en detalls com els que he esmentat, el conjunt del parc es conserva intacte i, per tant, en aquest cas podem parlar de continuïtat.







En aquest parell de fotografies és important destacar que l’entrada a l’actual Parc Güell entre els anys 1914 i 1920 tenia una porta molt precària si la comparem amb la que trobem en l’actualitat que és de ferro forjat i està força treballada, la entrada no estava pavimentada ni tenia un accés tan còmode com l’actual i ni tan sols comptava amb fanals que solucionessin el problema de la il•luminació.


Deixant de banda els aspectes esmentats, l’edifici es conserva de la mateixa manera, fet que fa que el lloc sigui totalment reconegut per l’espectador en la fotografia antiga. Així, podem parlar de continuïtat malgrat els canvis que hi ha hagut al voltant del parc.







Edifici del pavelló de Consergeria del Parc Güell entre l’any 1914 i el 1920. Font: www.arxiuhistoric.bcn.cat

Edifici del pavelló de Consergeria del Parc Güell el juliol del 2012. Font: Pròpia

Pavelló a l’entrada del Parc Güell entre el 1914 i el 1920. Font: www.arxiuhistoric.bn.cat

Pavelló a l’entrada del Parc Güell el juliol del 2012. Font: Pròpia

L’arquitectura central d’aquestes dues fotografies (l’antiga residència de Gaudí i els escales de l’entrada) no varia, tot i que en l’actual té darrere moltes construccions noves que fan notar l’augment de població i la urbanització que ha patit Barcelona en els darrers anys. Tot i això, trobem a faltar un element d’aquesta arquitectura que és el més conegut del Parc Güell: El drac de l’entrada a les escales. Si ens fixem amb deteniment en la fotografia antiga, veurem que el lloc que ocupa actualment el drac decorat amb un mosaic de tessel·les de colors, estava abans ocupat per vegetació.


Un altre aspecte a remarcar pel que fa al seu contrast entre l’antiguitat i l’actualitat és la vegetació, que està totalment canviada. En aquest cas, sembla que ara n’hi ha menys que entre els anys 1914 i 1920.


Tot i els nombrosos contrastos que es poden comentar entre les dues fotografies, un cop més l’essència del parc és la mateixa que abans i, per tant, podem parlar de continuïtat deixant de banda els canvis insignificants.





Cites del Parc Güell a Últimas tardes con Teresa

Una serpiente asfaltada, lívida a la cruda luz del amanecer, negra y caliente y olorosa al atardecer, rozan la entrada lateral del parque Güell viniendo desde la plaza Sanllehy y sube por la ladera oriental sobre una hondonada llena de viejos algarrobos y miserables huertas con barracas hasta alcanzar las primeras casas del barrio: allí su ancha cabeza abochornada silba y revienta y surgen calles sin asfaltar, torcidas, polvorientas, algunas todavía pretenden subir más arriba en tanto que otras bajan, se disparan en todas direcciones, se precipitan hacia el llano por la falda norte, en dirección a Horta y a Montbau. P.37.​

La brisa del mar no puede llegar hasta aquí y mucho antes ya muere, ahogada y dispersa por el sucio vaho que se eleva sobre los barrios abigarrados del sector marítimo y del casco antiguo, entre el humo de las chimeneas de las fábricas, pero si pudiera, si la distancia a recorrer fuera más corta –pensaba él ahora con nostalgia, sentado sobre la hierba del parque Güell junto a la motocicleta que acababa de robar- subiría hasta más acá de las últimas azoteas de la Salud, por encima de los campos de tenis y del Cottolengo, remontaría la carretera del Carmelo sin respetar por supuesto su trazado de serpiente (igual que hace la gente del barrio al acortar por los senderos) y penetraría en el parque Güell y escalaría la Montaña Pelada para acabar posándose sin aroma ya, sin savia, sin aquella fuerza que debió nacer allá lejos en el Mediterráneo y que la hizo cabalgar durante días y noches sobre las espumosas olas, en el silencio y la mansedumbre senil, sospechosa de indigencia, del Valle de Hebrón. P.77.



En la curva del Cottolengo redujo gas, se deslizó luego suavemente hacia la izquierda saliendo de la carretera, y frenó ante la entrada lateral del parque Güell.  P.85.​​



No eran más que fantasmas: pero ese frustrado viaje a un lejano país, esa artificial luz de la luna brillando en el pijama de la niña, esa falsa cita con el futuro, la emoción, el loco sueño de emigrar, el tacto de la seda y el dolor punzante quedaron en él y ahora, lo mismo que entonces, despertó del profundo sueño requerido por voces conocidas y amables que se empeñaban siempre en convencerle de los peligros que representa el desviarse del común camino de todos; esta vez no era sin embargo la voz plañidera y el rostro todavía bello de su madre acercándose, bajando sobre el suyo en un extremo del ángulo de la luz que entraba por la ventana de la chabola, diciéndole: <<Despierta, hijo, mira, éste es tu nuevo padre>> (apenas tuvo tiempo de ver, en escorzo, los cabellos llenos de brillantina y bien peinados y el perfil altanero del gitano) porque él estaba ya planeando huir a Barcelona en un tren de mercancías y refugiarse en casa de su hermano; era el rostro de una muchacha que sonreía en medio del estallido del sol, en el parque Güell, pero que a pesar de la sonrisa ya de entrada anunciaba lo poco que podía ofrecer; un laborioso magreo dominical, y eso aún habría que verlo: Lola, y más atrás la Rosa y el Sans cargados con las bolsas de playa y la comida. P.99.



-Puede que tengamos que dejar de vernos por unos días- le anunció Maruja un domingo, sentados en la plazoleta del parque Güell, mientras él se estaba adormilando. P.115.​

Conducía el Floride hacia la cumbre del Carmelo lentamente, improvisando sobre la marcha una agradable y vaga personalidad del incógnito (los rubios cabellos sujetos con el pañuelo rojo y los ojos azules escudados tras las gafas de sol) y ya en la curva que roza la entrada lateral del parque Güell, junto al Cottolengo, en la explanada de sol donde los niños juegan al fútbol, pudo contemplar con una impunidad perfecta el extraño grupo estatuario, los restos todavía disciplinados en posición de firmes de lo que sin duda fue una banda cuartelera, dos viejos tambores y una corneta abollada que trenzaban una interminable y monótona diana en medio del abrupto paisaje, como ciegos o como tantos que al fin tenían una ocupación, un motivo de vivir, eran jovenzuelos flacos con anchos pantalones sujetos con cinturones de plástico y descoloridas camisas de mili, las cabezas rapadas, erguidas, obedeciendo lejanas órdenes con una patética marcialidad.  P.201.​​



Antes de llegar al parque Güell, Teresa ya le había contado la caída de Maruja en el embarcadero y cómo fue hallada al día siguiente en la cama, sin sentido, quince horas después de ocurrido el accidente. P.206.



Al atardecer verían el cielo encendiéndose sobre el parque Güell, tras el cerro llamado Tres Cruces. P.219.



Jugaba con ella en el jardín, la llevaba a pasear al parque Güell y la dejaba montar en las bicicletas de alquiler. P.234.



Combinaron sabiamente: vino tinto y paisaje suburbano (Teresa Moreau mordisqueando gambas entre camisetas azules y rayadas de jóvenes pescadores) y gin-tónic con música de Bach en mullidos asientos de cuero y atmósferas discretas (Teresa de Beauvoir hojeando libros en el Cristal City Bar-Librería) pasando por cines sofocantes donde ponían <<reprises>> (<<¿Cuándo se acabará la censura en este país y nos dejarán ver El Acorazado Potemkin?>>), por barrios populares en Fiesta Mayor y casuales encuentros con turistas despistados (Teresa hablando en francés con la joven pareja semidesnuda y tostada que ha frenado su coche junto al Floride: <<Regarde ce garçon-là, oh comme il est Beau!>>) y por la brisa salobre del puerto, el bullicio veraniego de las Ramblas, cerveza y calamares en la Plaza Real, lentos paseos por el parque Güell, encendidos crepúsculos contemplados desde el Monte Carmelo, con el automóvil parado en la carretera, en el momento de la despedida. P.260.



A las cuatro de la tarde bajaba por la carretera del Carmelo y cerca del parque Güell adelantó a dos parejas de novios del barrio. P.308.



Entró en el parque Güell. Sospechó entonces que la decisión no era repentina, sino que la llevaba dormida en la cabeza desde hacía días: si no había más remedio, lo haría, pero desde luego iba a ser la última vez. P.308.



 



 

Institut Juan Manuel Zafra

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